Cada año es lo mismo, nada cambia para esta época, nos dejamos envolver por la brisa fresca y los perturbadores arreglos para la navidad. Tanto ajetreo nos desenfoca de lo que en verdad importa, nos concentramos más en los detalles sin relevancia y termínanos olvidando lo esencial de esta temporada.
Dejando a un lado las polémicas sobre las fechas del nacimiento de Jesús, navidad es un tiempo para volver al pesebre. Es lamentable que la época del año en la que más se gasta, sea el tiempo en el que se celebra al más humilde de los hombres. El tiempo en donde más decoramos y arreglamos nuestro hogar es también momento en que honramos al que nació en la carencia, en la oscuridad de un establo.
Torcemos el enfoque esencial de la fecha, no contemplamos la grandeza del natalicio en el pesebre de aquel que pudo hacerlo en un palacio. No, el lo hace entre los humildes y no entre los poderosos, esta es la primera lección que podemos aprender del nacimiento de Jesús, para vivir en la abundancia hay que empezar con humildad.
En navidad nos encanta rodearnos de personas pudientes, individuos que nos puedan obsequiar algo o que nos ofrezcan artículos y prebendas. Pero al ver a Jesús en un insignificante pesebre, visitado por unos magos con valiosos regalos y seguidos de unos simples pastores que solo obsequiaron el asombro, me deleito pensando que navidad es una época maravillosa para compartir con todos, sin distinción. No importa si tus manos están vacías, eres tan digno de entrar a la casa como aquel que ofrece oro o plata
Es en navidad que Dios nos regaló un modelo fiel, preciso y claro de cómo debemos ser ante el mundo y cómo podemos alcanzar esa vida llena de abundancia que todos soñamos. Aprovecha esta época y haz un giro de 180 grados de regreso al pesebre, allí está el verdadero significado de la navidad.
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