En
distintas ocasiones a través de los evangelios vamos a encontrar a Jesús
refiriéndose con especial ternura y afecto a un grupo muy reducido de creyentes
como los “Pequeñitos o pequeños”; a este mismo grupo a veces se le alude como
los humildes y otras como los niños. Sin ninguna duda podemos destacar que
Jesús por estas personas tiene un interés singular, él los bendice, los edifica
con sus palabras y tiene cuidado de sus
vidas tanto así que algunas veces afirma que quienes hagan difícil la vivencia
de estos pequeños mejor les fuese lanzarse al mar con una soga al cuello
amarada de una piedra.
Han
pasado casi dos mil años desde las declaraciones de Jesús y pareciera hoy que dicho
grupo se ha reducido hasta su posible extinción. Los pequeñitos a los que Jesús
menciona en los evangelios no se preocupaban por la suntuosidad, no buscaban el
reconocimiento ni la aprobación por parte de la multitud, ellos tenían muy
claro que el mundo los odiaría por ser como eran. En sus ojos no habían
símbolos de pesos ni en sus corazones deseos de ganancias. Su principal
motivación era completar la misión encomendada por el crucificado y no los
beneficios materiales que pudiera ofrecer la Cruz. Vivían para el servicio y no
para ser servidos. Esos pequeñitos caminaban a diario el camino de la humildad,
ruta muy diferente y distante de la vía del orgullo que se transita hoy.
Que
lamentable que los cristianos de hoy seamos amadores de la opulencia y
perseguidores de números aun sacrificando la calidad. Tal parece que a pocos
agrada el sobrenombre de pequeñito que nos diera nuestro Señor, sino que por el
contrario buscamos títulos que nos endosen aplausos y vítores y porque no, hasta ciertos billetes. Ha
desaparecido el lenguaje humilde y hemos dado bienvenida al lenguaje
superlativo-eclesiástico en donde las palabras más usadas son: Mega-Iglesia,
Súper-Fe, Sobrenatural, Conquista,
Dominio… En fin cualquier novedad que nos allane el camino hacia las cámaras y
las luces.
Quiero
pensar que todavía existe la humildad, que aun existe un remanente de
pequeñitos que se mueven bajo la luz que produce su Señor y no se esfuerzan en ser
estrellas solitarias. Un remanente que ha entendido que para entrar al Reino de
los cielos hay que ser como niños.
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