Para el 1500 a. C. se escribía Job el primer libro de la Biblia,
siendo Moisés su posible autor. En el 1250 a. C se concluía la Septuaginta o
versión de los 70 en el idioma griego. Por primera vez las escrituras estaban
en un idioma diferente al hebreo.
La Septuaginta es la Biblia que leyó Jesús, la que conocieron los
discípulos, la que ojeó Juan, el último apóstol y escritor del último libro,
Apocalipsis. Consumado este proceso de inspiración escritural, existía la
limitación de traducciones en los idiomas más comunes hasta que San Jerónimo
tradujo “La Vulgata Latina” a finales del siglo IV. Esto provocó que
comunidades distantes y fuera del imperio romano ganaran acceso al Pan de Vida.
En 1569 Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera produjeron la madre de las
versiones en castellano, la Biblia del Oso más adelante conocida como
Reina-Valera.
Creerán que estoy dando una breve clase de fechas importantes en
lo que respeta a la formación de la Biblia, pues así es, en un mundo tenazmente
cambiante la Biblia ha demostrado ser el único libro perfectamente adaptable
para cada espacio y tiempo de la historia. Desde el año 2000 la rapidez con la que
avanzamos tecnológicamente supera cualquier progreso en siglos anteriores, sin
embargo la Biblia desfila a esa misma velocidad. Cuando Juan Gutemberg el 23 de
febrero de 1455 imprimía el primer libro, una Biblia. Escasamente imaginaba que
esta se leería hoy no solo en papel, sino en pantallas táctiles. Actualmente un
iphone o un celular regular pueden contener una versión digital del sagrado
libro.
Tenemos incontables versiones de la Biblia, algunas con semántica compleja
y otras tan claras como leer una historia para niños. Ella misma es un milagro
de perseverancia, se le ha llamado el libro indestructible. Emperadores, papas,
reyes, todos han amenazado la supervivencia de la Biblia. Ella en cambio se
mantiene tan viva y tan transformadora como la vez que Jesús la leyó en el
templo en Lucas 4: 18-21. Es una espada de dos filos eternamente aguzada
dispuesta a cercenar almas y espíritus contradictorios para llevarlos al
sometimiento a Cristo.
En ella el niño, adolescente, joven, adulto o anciano encuentra
una palabra restauradora y refrescante. Discutirán si para ir al templo es
necesario llevarla debajo del brazo o en el celular, no se pondrán de acuerdo
sobre cual versión adoptar. Algunos utilizaran una de bolsillo, otros una
gigante, pero nadie podrá dudar que el mensaje sea el mismo, ayer, hoy y
siempre.
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