Lo
dicen sus hermanos, lo repiten los soldados, lo dice el rey y lo corea el
pueblo, “no podremos con el gigante”. Todos menudean lo mismo,
excepto un joven que no tenia ni la preparación ni la edad suficiente para
entrar a las filas de la armada israelita. Todos redundan como loros: “no
podremos enfrentarnos al gigante”, imagino que de tanto repetirlo Goliat se
hace más grande y ellos más pequeños. En
los 40 días que Goliat pasó desfilando delante del ejercito israelita ya no
quedaban personas que lo vieran como a alguien que se pudiera vencer, ese grito
de Goliat en las mañanas desafiando a los israelitas se había metido en sus
cabezas y ya no había espacio para pensar en nada más que no fuese alguna idea
de cómo salir huyendo.
Me he
puesto a pensar que muchas personas ven sus dificultades de la misma forma que
los israelitas veían a Goliat. Cuantos creyentes cuando llegan las adversidades
se amedrentan de tal manera que admiten la superioridad del problema sobre la
fe en su Señor. Gentes que le dicen a la dificultad “tu eres mi gigante” y de
tanto repetirlo el cuerpo se imposibilita para no hacer otra cosa que no sea
rendirse. Hay gentes que le llaman gigante a la deuda, a la enfermedad, al
problema familiar, al dolor de cabeza, etc. Cualquier cosa para ellos es una
razón suficiente para estremecerse de miedo.
Le exhorto
a que imite a David, él era el más pequeño, pero no por eso debía temer ante
Goliat. No pertenece al ejercito, pero su valor no consiste en eso. Para él Goliat
no era un gigante a pesar de su estatura, para é l Goliat no era un súper
hombre; para David era un simple incircunciso filisteo que se había metido con
la nación equivocada y eso le iba a costar muy caro. Nunca se refirió a el de
otra manera, no repitió las palabras del pueblo porque su fe estaba por encima
de esa visión pesimista que tenían los demás.
David
es el ejemplo a seguir hoy cuando somos constantemente azotados por situaciones
de toda índole. David nos recuerda que debemos llamar a nuestras dificultades
como realmente se llaman “simples situaciones que nuestro gran Dios puede
resolver de manera simple”. Lo que jamás Saúl, ni el ejercito y tampoco el
resto del pueblo imagino es que ese “gigante” podía ser vencido con un pequeña
piedra. Sí, una pequeña piedra lanzada por la única persona que lo llamo como
realmente debía ser llamado.
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